viernes, 1 de enero de 2010

Prenavidades en la Alsacia y Basilea

Aún no sé por qué a una persona “antinavidad” como yo le ha dado por planear un viaje así. La Navidad para mi nunca ha sido una buena época, será por mi carácter melancólico, porque mi precioso Kiko (mi perro) murió el día de Reyes, o porque en estas fechas siempre me da por darle demasiadas vueltas a la cabeza, hacer memoria de lo acontecido durante todo el año, de los fracasos y de los éxitos, y plantearme nuevos objetivos para el nuevo año; objetivos y sueños que siempre se cumplen a medias, pero al fin y al cabo aparecen rondándome siempre.

La cuestión es que el ver cómo se vive esta época en otro sitio te devuelve un poco la ilusión.  He podido comprobar que todavía existen lugares donde la ilusión por montar un bonito belén o el árbol de Navidad une a las familias y a los amigos; donde a la gente le da por salir a la calle y cantar villancicos de toda la vida; donde las iglesias se llenan de coros y de luces para vivir la fiesta religiosa. 

No me extraña que en la Alsacia francesa sea temporada alta. Los pueblos  de las pequeñas casitas de colores y tejados de dos aguas se llenan de luces blancas y de mercadillos callejeros. Las calles huelen a crêpes, böuches, boules de chocolate, pan de especias y vin chaud o glûwein. A pesar del frío y  del agua las familias salen a la calle, con sus gorros, guantes y bufandas, a pasear en sus bicicletas de ciudad y sus patinetes, y a comprar adornos navideños y bolas de cristal decoradas a mano en los puestecillos de madera que inundan todas las plazas de ciudades y pueblos.
Por las noches, grupos de amigos se reúnen para compartir conversaciones y risas, todos con sus tazas de cerámica llenas de vino caliente humeante entre las manos. Y qué bien sienta ese caldo caliente cuando ya cae la noche y el frío se te cuela en los huesos jajaja, y si lleva schuss… o sea, amaretto, ya ni te cuento, menudo mareito y risitas me entraron jajaja. Ismael puede dar buena cuenta de ello.

Han sido días de relax, de caminar bien abrigado por las calles empedradas,  de cruzarse con bicicletas por todos lados (menuda envidia…), de viajar en tranvía, de no escuchar follón ni meterse en atascos, de recorrer canales de agua que van a parar al Rhin o al Ill dependiendo de la ciudad en la que nos encontráramos, y de disfrutar de colores, olores, y los excelentes sabores del buen queso suizo, del chocolate, y de la riquísima comida francesa. Es una experiencia que le recomiendo a todo el mundo.

Ahora viene la parte mala de la reflexión…. Y es que vuelvo a Madrid y me encuentro con el mismo “rollo”, con una Navidad que no es Navidad, que sólo me recuerda el afán consumista y no a disfrutar de la familia y de disfrutar montando el árbol y el belén, preparando comidas navideñas. En fin, es lo que tiene vivir en una ciudad de estas dimensiones, estresante, repleta de gente, de bullicio, de tráfico, de centros comerciales… de Madrid al cielo, dicen, y no me extraña, porque te puede acabar matando jeje. Menos mal que vivo en un pueblo de la periferia, que si no no podría aguantar tanto jaleo. Me siento como los pamplonicas cuando escapan de la ciudad en los Sanfermines, con necesidad de salir corriendo jajaja. Ojo, que también tiene sus cosas buenas, como el tener cualquier cosa a mano, buenas comunicaciones, una sierra preciosa, los teatros… Madrid es ansí.

1. Primer glüwein en Basilea... uhmmm.

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2. Qué bien se come en Estrasburgo!

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3. Una de las puertas medievales que quedan en Basilea

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4. Basilea: el puente del medio

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5. Estrasburgo: la pequeña Francia

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6. Las maravillosas bolas del árbol de Navidad fabricadas de forma artesanal.

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7. Colmar. Ambiente e iluminación nocturna.

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8. Noche en Estrasburgo

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9. La fantástica Catedral de Estrasburgo.

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